Señor lagarto, ¿cuándo empezó todo?
-pregunta un joven delfin-
¿Cuándo olvidaron acercarse al río y sentarse en las piedras a ver el crepúsculo?
Ya no han vuelto, ahora viven en el reino del tiempo,
Ya no caminan despacio, se agolpan unos contra otros,
Unas contra otras, por el espacio vital
en el asiento de un autobús que los aleja de la vida.
¿Cuándo el minuto nos hizo esclavos de las horas y las agendas?,
adónde quedó el tiempo para jugar con los niños y las niñas,
cuánto tiempo dedicamos a brincar la cuerda,
a nadar entre las rocas,
a respirar el aire fresco de la montaña.
¿Cómo fue que adquirimos esa idea abstracta, acaso opresiva, de lo que llamamos tiempo?
La avaricia reemplazó la caricia, es por eso,
que a conciencia del tiempo parece ser un asunto exclusivamente humano,
Los lagartos hemos aprendido otras cadencias,
para asimilar la luz del día en el playón del río y disfrutar de las noches espléndidas.
Sobrevivimos así a muchos animales mas poderosos,- y hoy nos quedamos cada vez mas solos, en el no tiempo, apto solo para lo que los humanos llaman dioses.
El tiempo es insubstancial,
su transcurrir afecta el ámbito de lo burdo,
lo eterno, el no-tiempo, se reserva a los dioses.
También a nosotros los filósofos y teólogos de la naturaleza.
Hoy fragmentamos nuestro día en multitud de momentos,
en cada vez mayor número de actividades,
hasta llegar al no tiempo buscado, nunca disfrutado,
por eso los humanos le temen a la muerte.
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